Érase una vez una joven de apellido impronunciable (para quien no sepa islandés): Guðmundsdóttir. Una que grabó su primer disco en solitario a las 12 años y, siendo adolescente, fundó una banda punk femenina, otra de jazz fusión, se graduó de piano clásico y participó en otros varios proyectos artísticos. Durante la segunda mitad de los 80, se daría a conocer en la escena musical británica como vocalista de The Sugarcubes, el primer grupo de la «Tierra de Hielo» en alcanzar el éxito a ambos lados del Atlántico. Pero el rock alternativo ya no satisfacía sus ansias de innovar y probar otras vías musicales, así que decidió mudarse a Londres para retomar su carrera en solitario.
El resultado vio la luz en julio de 1993, con un álbum de título un tanto engañoso: Debut (CD 898). El nombre de ella, pronto sería sinónimo de vanguardia y experimentación: Björk.